Flaubert, Gustave by Madame Bovery

Flaubert, Gustave by Madame Bovery

autor:Madame Bovery
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


En efecto, la niña se estaba revolcando en el prado, en medio de la hierba que segaban. Estaba echada boca abajo, en lo alto de un almiar. Su muchacha la sostenía por la falda. Lestiboudis rastrillaba al lado, y cada vez que se acercaba, la niña se inclinaba haciendo esfuerzos inútiles con sus bracitos.

-¡Tráigamela! -dijo su madre, precipitándose para besarla-. ¡Cuánto te quiero, pobre hija mía! ¡Cuánto te quiero!

Después, dándose cuenta de que tenía la punta de las orejas un poco sucias, llamó enseguida para que le trajesen agua caliente, y la limpió, le cambió de ropa interior, medias, zapatos, hizo mil preguntas sobre su salud, como si regresara de viaje, y, por fin, volviendo a besarla y lloriqueando, la dejó en brazos de la criada, que permanecía boquiabierta ante estos excesos de ternura.

Por la noche, Rodolfo la encontró más seria que de costumbre.

-Ya le pasará -pensó él-, es un capricho.

Y faltó consecutivamente a tres citas.

Cuando volvió, ella se mostró fría y casi desdeñosa.

-¡Ah!, ¡pierdes el tiempo, rica!

Y fingió no notar sus suspiros melancólicos, ni el pañuelo que sacaba.

Fue entonces cuando Emma se arrepintió.

Incluso se preguntó por qué detestaba a Carlos, y si no hubiera sido mejor poder amarle. Pero él no daba mucho pie a estos renuevos sentimentales, de modo que ella no acababa de decidirse por hacer un sacrificio, cuando el boticario vino muy a punto a proporcionarle una ocasión.

CAPÍTULO XI

Homais había leído recientemente el elogio de un nuevo método para curar a los patizambos; y, como era partidario del progreso, concibió esta idea patriótica de que Yonville, para «ponerse a nivel», debía hacer operaciones de estrefopodia.

-Porque -le decía a Emma- ¿qué se arriesga? Fíjese bien -y enumeraba con los dedos las ventajas de la tentativa-; éxito casi seguro, alivio y embellecimiento del enfermo, inmediato renombre para el operador. Por qué su marido, por ejemplo, no intenta aliviar a ese pobre Hipólito del «Lion d'Or». Tenga en cuenta que él contaría su curación a todos los viajeros, y además (Homais bajaba la voz y miraba a su alrededor), ¿quién me impediría enviar al periódico una notita al respecto? ¡Dio s mío! ¡Como se propague la noticia!, se hable del caso..., ¡acaba por hacer bola de nieve! ¿Y quién sabe?

En efecto, Bovary podía triunfar; nadie le decía a Emma que su marido no fuese hábil, y qué satisfacción para ella haberlo comprometido en una empresa de la que su fama y su fortuna saldrían acrecentadas. Ella no pedía otra cosa que apoyarse en algo más sólido que el amor.

Carlos, solicitado por el boticario y por ella, se dejó convencer. Pidió a Rouen el volumen del doctor Duval, y todas las noches, con la cabeza entre las manos, se sumía en aquella lectura.

Mientras que estudiaba los equinos, los varus, los valgus, es decir la estrefocatopodia, la estrefendopodia, la estrefexopodia y la estrefanopodia (o, para hablar claro, las diferentes desviaciones del pie, ya por debajo, por dentro o por fuera) con la estrefipopodia y la estrefanopodia (dicho de otro modo, torsión



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